Entre las finalidades que tuvo la recién concluida reunión del G-8 en Gleneagles, Reino Unido, se encontraron las de promover estabilidad en el crecimiento económico y la de atajar al menos en parte, las grandes desigualdades económicas que nos agobian a nivel planetario.
En el primer sentido se continuó con el esfuerzo de coordinar políticas macroeconómicas. Respecto a las desigualdades, el énfasis se realizó en un tratamiento “especial y diferenciado” para África al sur del Sahara. Se le prometió a esta región duplicarle la ayuda al desarrollo, llevándola a un monto de 50,000 millones de dólares para 2010.
Muchas de las actividades que se realizan a nivel de este tipo de foros, G-8, como las que se llevan a cabo en las diferentes regiones, tratados de integración, y organismos internacionales, tratan de establecer efectivos vínculos de coordinación entre instituciones y mercados. No podemos dejar todo en manos de la “oferta y demanda”, según el evangelio neoliberal, pero tampoco podemos confiar todo a los gobiernos.
De la controversia entre mercado y estado, sabemos que el mercado ha demostrado ser una instancia históricamente más eficaz, o menos ineficaz, para la asignación de recursos y la promoción de competitividad. Sin embargo los mercados hacen algo “malo”: tienden a generar pobreza, al concentrar beneficios y excluir de oportunidades. También hacen algo “peor”: tienden a dañar el medio ambiente en lo que se denominan externalidades negativas de carácter ecológico.
De allí que, entre otras consideraciones, para evitar la exclusión social y daños al ambiente, se debe controlar al mercado; las sociedades y los sistemas políticos deben contar con una coherente y eficaz institucionalidad. El haber dedicado su estudio a estos tópicos hizo merecedor a Douglas North, del Premio Nobel de Economía de 1993.
Es de resaltar que los daños ecológicos, especialmente respecto al calentamiento global del planeta continúan mostrando evidencia. Allí están los grandes desprendimientos de icebergs especialmente en la Antártida, los más intensos ciclones, y el recurrente “agujero” de la capa de ozono. Lo más dramático sería que actuáramos cuando ya fuera, o muy tarde, o estuviéramos frente a daños irreversibles.
En medio de ello, las desigualdades profundizan las divisiones entre un “norte” que aloja al 20% de la población con el 83% del poder económico, mientras en el “sur”, 80% de la población se las tiene que arreglar con el 17% de recursos directos.
En función del desarrollo, se ha comprobado que el crecimiento económico es indispensable, más no suficiente. Se requieren vínculos entre el crecimiento de la producción y la generación efectiva de bienestar para la población. Esos vínculos estarían dados por el ingreso directo, el empleo, y eficaces sistemas de seguridad social.
Las condiciones actuales en cuanto a crecimiento mundial se muestran relativamente estables, aunque se vislumbran riesgos importantes. Por ejemplo, en 2004, la economía global creció 4.7%. Esto contó con un crecimiento de 8.2% en Japón, y 5.6% en Latinoamérica. Se estima que el crecimiento económico del planeta rondará 4% para 2005 y 2006.
Sin embargo hay riesgos previsibles. Allí está el ascenso vertiginoso de los precios del petróleo. Algo comparable a los dos shock de precios energéticos de 1973/74 y de 1979/80. Estados Unidos depende en 64% de la importación de crudo, cifra que asciende a 80% en el caso de Europa y de 100% para Japón.
¿Nos imaginaríamos las repercusiones que tendría un ataque terrorista que afectara la producción petrolera de países del Golfo Pérsico? Esa dependencia y riesgo existe, y el desastre tendría trascendentales repercusiones en el crecimiento. Un auténtico cuchillo a la garganta del mundo.
Ante ello, muchas naciones incluyendo las más poderosas, han demostrado que pueden reaccionar con creciente influencia de añejos nacionalismos. En nombre de protegerse de un ataque terrorista podrían imponer restricciones externas en un intento de evitar daños mediante el aislamiento. Pero la medicina puede resultar peor que el potencial daño: los cierres de frontera destruirían alcances benéficos del comercio internacional, por más que promovieran votos de momento a los políticos de turno.
Este inicio del Siglo XXI ha impuesto una necesidad crecientemente vinculante entre desarrollo y seguridad, lo que es válido para países, regiones, ámbitos multilaterales y a nivel mundial. Los esfuerzos por promover una mayor inclusión social mediante educación, cultura, e inversión que genere empleos productivos debe ser un esfuerzo constante, sin dobles estándares, permitiendo competir en igualdad de condiciones a naciones hasta hoy menos favorecidas. Destruir pobreza y marginalidad es evitar dos precondiciones claras para la presencia del terrorismo.
En el primer sentido se continuó con el esfuerzo de coordinar políticas macroeconómicas. Respecto a las desigualdades, el énfasis se realizó en un tratamiento “especial y diferenciado” para África al sur del Sahara. Se le prometió a esta región duplicarle la ayuda al desarrollo, llevándola a un monto de 50,000 millones de dólares para 2010.
Muchas de las actividades que se realizan a nivel de este tipo de foros, G-8, como las que se llevan a cabo en las diferentes regiones, tratados de integración, y organismos internacionales, tratan de establecer efectivos vínculos de coordinación entre instituciones y mercados. No podemos dejar todo en manos de la “oferta y demanda”, según el evangelio neoliberal, pero tampoco podemos confiar todo a los gobiernos.
De la controversia entre mercado y estado, sabemos que el mercado ha demostrado ser una instancia históricamente más eficaz, o menos ineficaz, para la asignación de recursos y la promoción de competitividad. Sin embargo los mercados hacen algo “malo”: tienden a generar pobreza, al concentrar beneficios y excluir de oportunidades. También hacen algo “peor”: tienden a dañar el medio ambiente en lo que se denominan externalidades negativas de carácter ecológico.
De allí que, entre otras consideraciones, para evitar la exclusión social y daños al ambiente, se debe controlar al mercado; las sociedades y los sistemas políticos deben contar con una coherente y eficaz institucionalidad. El haber dedicado su estudio a estos tópicos hizo merecedor a Douglas North, del Premio Nobel de Economía de 1993.
Es de resaltar que los daños ecológicos, especialmente respecto al calentamiento global del planeta continúan mostrando evidencia. Allí están los grandes desprendimientos de icebergs especialmente en la Antártida, los más intensos ciclones, y el recurrente “agujero” de la capa de ozono. Lo más dramático sería que actuáramos cuando ya fuera, o muy tarde, o estuviéramos frente a daños irreversibles.
En medio de ello, las desigualdades profundizan las divisiones entre un “norte” que aloja al 20% de la población con el 83% del poder económico, mientras en el “sur”, 80% de la población se las tiene que arreglar con el 17% de recursos directos.
En función del desarrollo, se ha comprobado que el crecimiento económico es indispensable, más no suficiente. Se requieren vínculos entre el crecimiento de la producción y la generación efectiva de bienestar para la población. Esos vínculos estarían dados por el ingreso directo, el empleo, y eficaces sistemas de seguridad social.
Las condiciones actuales en cuanto a crecimiento mundial se muestran relativamente estables, aunque se vislumbran riesgos importantes. Por ejemplo, en 2004, la economía global creció 4.7%. Esto contó con un crecimiento de 8.2% en Japón, y 5.6% en Latinoamérica. Se estima que el crecimiento económico del planeta rondará 4% para 2005 y 2006.
Sin embargo hay riesgos previsibles. Allí está el ascenso vertiginoso de los precios del petróleo. Algo comparable a los dos shock de precios energéticos de 1973/74 y de 1979/80. Estados Unidos depende en 64% de la importación de crudo, cifra que asciende a 80% en el caso de Europa y de 100% para Japón.
¿Nos imaginaríamos las repercusiones que tendría un ataque terrorista que afectara la producción petrolera de países del Golfo Pérsico? Esa dependencia y riesgo existe, y el desastre tendría trascendentales repercusiones en el crecimiento. Un auténtico cuchillo a la garganta del mundo.
Ante ello, muchas naciones incluyendo las más poderosas, han demostrado que pueden reaccionar con creciente influencia de añejos nacionalismos. En nombre de protegerse de un ataque terrorista podrían imponer restricciones externas en un intento de evitar daños mediante el aislamiento. Pero la medicina puede resultar peor que el potencial daño: los cierres de frontera destruirían alcances benéficos del comercio internacional, por más que promovieran votos de momento a los políticos de turno.
Este inicio del Siglo XXI ha impuesto una necesidad crecientemente vinculante entre desarrollo y seguridad, lo que es válido para países, regiones, ámbitos multilaterales y a nivel mundial. Los esfuerzos por promover una mayor inclusión social mediante educación, cultura, e inversión que genere empleos productivos debe ser un esfuerzo constante, sin dobles estándares, permitiendo competir en igualdad de condiciones a naciones hasta hoy menos favorecidas. Destruir pobreza y marginalidad es evitar dos precondiciones claras para la presencia del terrorismo.
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