La
primera cuestión a considerar es que los seres humanos vivimos en un constante
devenir, en un estado de incompletud e insatisfacción y que a lo largo de
nuestra vida necesitamos buscarle sentido a nuestra existencia. Esta
característica presupone que contamos con una natural fuerza impulsora hacia el
cambio.
Pero
en forma paralela, somos una gran fuerza conservadora que concibe al cambio
sólo como una opción secundaria porque lo percibimos como una amenaza a nuestro
núcleo básico de coherencia y estabilidad. Sin embargo, la necesidad de
transitar el cambio es a menudo en sí mismo un intento por restablecer la misma
coherencia y equilibrio de la fuerza conservadora personal que se ve amenazada.
Si
adherimos a este enfoque, podemos reconocer que todo proceso de cambio desata
una tensión entre las fuerzas restrictivas al cambio y las fuerzas impulsoras,
pero cuando se dan condiciones adecuadas nuestras fuerzas personales impulsoras
del cambio superan con creces a las fuerzas conservadoras que lo resisten.
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