De manera esquemática hay dos tipos básicos de regímenes cambiarios:
·
Fijo, en el que se señala
una paridad o una banda de fluctuación en la cotización de la moneda local con
respecto a la moneda fuerte del área económica (el marco alemán en el Sistema
Monetario Europeo, por ejemplo), buscando una estabilidad cambiaria que
facilite el desarrollo económico.
·
Flotante, en el que los
bancos centrales se mantienen al margen y dejan que los tipos de cambio se
determinen en cada momento por las fuerzas del libre mercado.
Asumamos la existencia de un déficit por cuenta
corriente. Eso quiere decir que se importa más de lo que se exporta, por lo que
habrá más demanda de moneda extranjera para comprar los bienes y servicios a
importar de la que los extranjeros que importan los bienes y servicios del país
mostrarán por la moneda local. Eso forzará al banco central a vender moneda
extranjera al tipo de cambio oficial para cubrir toda la demanda. Las reservas
de divisas se irán agotando, y el banco central no tendrá más remedio que
incrementar los tipos de interés con el objeto de atraer flujos de divisas que
le permitan mantener un nivel de reservas aceptables. Si la situación de
desequilibrio persiste, es probable que el banco central se plantee una
devaluación de la moneda, es decir, una fijación de un nuevo tipo de cambio
oficial que refleje más fielmente la situación de demanda/oferta de la moneda
local.
Los efectos de estas situaciones en la valoración bursátil son muy claros. Ya hemos visto como unos mayores tipos de interés ajustan las valoraciones de acciones a la baja. Si finalmente se produce una devaluación, el mercado anticipará una vía de crecimiento a través de un aumento de competitividad derivado de la disminución de precios de exportación y un aumento de valor a través de la menor necesidad de mantener unos tipos de interés artificialmente altos. Normalmente, estos dos factores deberán compensar sobradamente el momentáneo aumento de la inflación producido por el precio más alto de las importaciones y el mayor coste de la deuda externa. Un ejemplo extremo de esta línea de razonamiento fue la tremenda subida del Bovespa brasileño (33% en un solo día) tras la flotación del real brasileño del 15 de enero de 1999.
En el caso de un régimen flotante, los ajustes ante un déficit se producen a través de los mercados cambiarios. La moneda local tenderá a depreciarse hasta que las exportaciones se abaraten y las importaciones se encarezcan lo suficiente como para volver al equilibrio. Si bien estos movimientos en los tipos de cambio tienen un efecto teórico en la valoración bursátil similar al de la devaluación, su gradualidad hace más difícil la observación empírica de la relación causa-efecto entre ambos
Los efectos de estas situaciones en la valoración bursátil son muy claros. Ya hemos visto como unos mayores tipos de interés ajustan las valoraciones de acciones a la baja. Si finalmente se produce una devaluación, el mercado anticipará una vía de crecimiento a través de un aumento de competitividad derivado de la disminución de precios de exportación y un aumento de valor a través de la menor necesidad de mantener unos tipos de interés artificialmente altos. Normalmente, estos dos factores deberán compensar sobradamente el momentáneo aumento de la inflación producido por el precio más alto de las importaciones y el mayor coste de la deuda externa. Un ejemplo extremo de esta línea de razonamiento fue la tremenda subida del Bovespa brasileño (33% en un solo día) tras la flotación del real brasileño del 15 de enero de 1999.
En el caso de un régimen flotante, los ajustes ante un déficit se producen a través de los mercados cambiarios. La moneda local tenderá a depreciarse hasta que las exportaciones se abaraten y las importaciones se encarezcan lo suficiente como para volver al equilibrio. Si bien estos movimientos en los tipos de cambio tienen un efecto teórico en la valoración bursátil similar al de la devaluación, su gradualidad hace más difícil la observación empírica de la relación causa-efecto entre ambos
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