En realidad sería más correcto haber titulado este
epígrafe "El cambio de precios", pues la inflación sólo comprende la
subida de los mismos. Hasta hace poco tiempo esta simplificación habría sido
irrelevante, pero el fin del milenio nos ha traído suficientes indicios de
deflación como para hacer esta salvedad. Y, ya puestos a puntualizar, conviene
distinguir entre "deflación" y "desinflación", pues muy a
menudo tienden a confundirse ambos términos. "Desinflación" hace
referencia a la ralentización en el ritmo de subida de precios, mientras que
"deflación" se utiliza cuando se experimenta una bajada absoluta en
el nivel de precios. Por ejemplo, si el año pasado la inflación fue del 4%,
mientras que el anterior fue del 6%, se ha producido una desinflación, mientras
que si este año es del un –1%, habrá habido deflación. En cualquier caso, nos
centraremos en el escenario inflacionario, por ser el más común y con el objeto
de hacer más clara la exposición.
La inflación viene provocada o bien por un desequilibrio
entre demanda y oferta o por un incremento en la masa monetaria. En el primero
de los casos los proveedores de bienes y servicios elevarán los precios hasta
que se produzca un ajuste de demanda y en el segundo una mayor cantidad de
dinero con la misma cantidad de productos hará que se necesite más dinero para
comprar el mismo producto.
Contrariamente a lo que expresan la mayoría de los
autores y a las señales que envían los bancos centrales, la inflación en sí no
supone un gran problema para las economías avanzadas. Si así fuese, resultaría
muy legítima la aspiración a una inflación nula, que resultase en un desarrollo
económico sostenible. El perverso efecto de las amenazas de una economía global
deflacionaria prueba que eso no es así. Lo que si es cierto es que es el
empeoramiento en las expectativas de inflación el que resulta potencialmente
peligroso. Los productores elevarán sus precios en previsión de un incremento
en el coste de sus materias primas y sus trabajadores, y estos últimos exigirán
acuerdos salariales superiores a la inflación actual, previendo que la mayor
inflación futura resultará en un menor poder adquisitivo. De esta forma, la economía
entrará en un círculo vicioso que traerá consigo una espiral inflacionista que
hará disminuir la productividad económica. La inflación tiene, pues, un doble
efecto sobre el valor de los instrumentos de renta variable:
Los bancos centrales subirán sus tipos de interés, o sea
que aumentarán el precio del dinero para disminuir la masa monetaria y atajar
el proceso inflacionista y para enviar un mensaje de rigor monetario a los
agentes sociales con el fin de contener las expectativas de inflación.
El previsible empeoramiento de la productividad hará
revisar a la baja las perspectivas de crecimiento.
En términos de análisis, la presencia fundamental de la inflación la veremos en
el tipo de interés al que descontamos los flujos futuros.
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