En primer lugar, como estrategia es claramente
conservadora, al fijar la atención en empresas que ofrecen rentabilidad en el
momento de la compra, sin preocuparse demasiado del crecimiento futuro. Esto
hace que el sistema sólo satisfaga ciertos perfiles de riesgo. Por otro lado,
su orientación largoplacista no resulta demasiado práctica. El hecho de que el
sistema sea rentable en el plazo de dos o tres años no ayuda demasiado a aquel
que tiene un horizonte operativo menor de un año, por ejemplo.
Además, su aparente simplicidad se torna tosquedad cuando
tratamos de establecer el valor de las distintas acciones según su relación
rentabilidad / riesgo. El sesgo claro del sistema hacia acciones de bajo riesgo
y que la señal no pase de recomendar compra o venta, sin apuntar qué proporción
de la cartera hay que comprar de cada acción, provoca un problema serio a la
hora optimizar la gestión de una cartera. Por último, una hipótesis fundamental
en la elaboración de este modelo es la tardanza del mercado en ajustar el
precio de una acción a su valor. Esta circunstancia puede que se diese en 1936,
pero el desarrollo de los mercados financieros ha restado mucha validez a esa
hipótesis.
Estos inconvenientes han sido la fuente de los muchos
intentos de mejora del modelo de Graham durante estos sesenta años que han
transcurrido desde su aparición. Por su popularidad, vamos a examinar el método
de "los cuatro tontos" (perdón por la traducción liberal, que no
literal).
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